Brasil mantiene creciente interés de migrantes

Sentado en una caja de madera, Jorge, un boliviano de 26 años, no cesa de gritar a pulmón abierto: “ó20 reais (reales, la moneda brasileña)! ó20 reais!”, mientras blande un paquete compuesto por cinco pares de calcetines nuevos.

A su lado, Manuel, otro boliviano, lucha por que el trajín de gente en las aceras no se lleve por delante el improvisado tenderete desde el que promociona las suscripciones de una de las principales empresas de telefonía, televisión e internet de Brasil.

“Llévese el paquete entero. Podrá ver televisión de todo el mundo”, dice Manuel a un compatriota en un perfecto español.

El barrio de Mooca, en el este de Sao Paulo y uno de los principales en recibir a los migrantes que en los siglos XIX y XX llegaron de Europa, sobre todo de Italia, es un ejemplo del ‘boom’ migratorio a Brasil de los últimos años, incluso con ritmos de crecimiento menores que hace un lustro.

Como otros barrios de la capital económica de Brasil, Mooca es hoy un hervidero de angoleños, bolivianos, peruanos, paraguayos, congoleños y haitianos.

Esas son algunas de las nacionalidades de los decenas -quizá cientos- de miles de inmigrantes que llegaron a Brasil atraídos por el despegue económico del país en la última década, cuando la venta de materias primas a China hizo crecer la economía sudamericana a ritmos cercanos a los dos dígitos.

Expertos como el profesor Duval Magalhaes, de la Universidad Pontificia Católica de Minas Gerais (PUC-Minas), reconocen que Brasil vive un nuevo ciclo de atracción de inmigrantes.

Este periodo es similar al vivido hace más de un siglo, cuando llegaban al país italianos, alemanes, portugueses e incluso japoneses, para poblar el inmenso territorio brasileño.

Preguntado sobre su vida en Brasil, Jorge, el vendedor de calcetines boliviano, se muestra de inicio reacio a hablar. Pero superada la desconfianza, se sincera.

“Mucho del trabajo aquí para inmigrantes es informal. ¿Ves esos edificios? ¿Parecen abandonados, verdad? En realidad son talleres textiles clandestinos regentados por bolivianos más veteranos que dan trabajo a los recién llegados”, comenta.

“Yo hacía eso antes, pero es muy duro: trabajas 12, 14 o las horas que sean necesarias para sacar adelante la producción. Te pagan siete u ocho reales (unos tres dólares) por pieza cosida”, asevera.

Un caso paradigmático es el de los haitianos, que llegan semanalmente por decenas a Brasil desde la permeable frontera con Bolivia, huyendo de la miseria que el terremoto de 2010 agudizó en ese país.

Su estatus jurídico de indocumentados les impide acceder a codiciados empleos en las grandes ciudades, pese a que muchos de los que emigran forman parte de la élite educativa de su país y declaran ser médicos, ingenieros o profesores.

“Hay mucha explotación y las condiciones de trabajo son duras. Coses, comes y duermes en el mismo lugar. Hace mucho frío en el taller y el ruido de las máquinas es muy alto. Además, tienes que trabajar en silencio porque la policía no puede descubrir el taller, que es ilegal”, recuerda Jorge.

“Un brasileño te paga quizá 30 ó 40 reales por pieza cosida, mientras que el boliviano apenas ocho, pero claro, sin documentos no te contrata nadie”, lamenta.

En julio, la justicia brasileña impuso una multa de 10 millones de reales (cinco millones de dólares) a la marca de moda M. Officer por mantener una cadena de producción que aplicaba condiciones laborales ilegales en talleres subcontratados en los que trabajaban bolivianos indocumentados.

Los datos del ministerio de Trabajo -subestimados, sin duda, por la imposibilidad de cuantificar la inmigración ilegal- dan cuenta de este fenómeno que, curiosamente, también afecta a sectores muy cualificados y nacionalidades de países desarrollados.  Sao Paulo (NOTIMEX)

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