Ante las adversidades los voluntarios se crecen y son héroes

Por Roberto PELÁEZ

Tengo la absoluta certeza de que Dios sabe hasta dónde probar a sus hijos, y eso por supuesto tiene que ver con la convicción de que vamos a salir de esta, a vencer al Coronavirus, aunque éste haya puesto al mundo, literalmente, patas arriba.

Fernando Serrano, Eddie Ramos, Isaac Barrón, José Rosas, Nadia Krall, Álvaro Zelaya y Mario Alcalá, entre muchos otros, son vecinos, conocidos... voluntarios, de esas personas que se crecen y alcanzan otra dimensión cuando la situación es más compleja.

Resulta obvio que la batalla frente al Coronavirus es en extremo compleja, complicada, engorrosa, y por supuesto costosa (sobre todo en vidas humanas), pero también sirve para probar a los hombres y mujeres.

Ante esta situación, no faltan quienes aseguren -con sobradas razones- que el personal médico realiza una labor colosal en su afán de salvar vidas, se expone, pasa largas horas sin volver a casa, sin tomarse un descanso. Un fuerte aplauso, el reconocimiento de todos.

Con los carteros, el personal de la prensa, específicamente los reporteros, los camarógrafos, sucede más o menos igual -su trabajo no puede pasar nunca inadvertido-, ellos buscan las noticias, están en diferentes lugares, dan cobertura, mantienen informada a la comunidad.

Los voluntarios, personas como las mencionadas en párrafos anteriores, también son héroes, acuden a los bancos de comida, ayudan en la organización de las líneas, colocan alimentos en las cajuelas de los vehículos.

Son precisamente los voluntarios quienes tienen en cuenta a sus familiares ancianos, a sus vecinos de la tercera edad, a personas que ni siquiera conocen, y también se exponen (aunque estén bien  protegidos), ellos también merecen un aplauso, se lo han ganado por derecho propio, aunque ninguno de ellos repara en el reconocimiento, lo de ellos es servir.

Alcalá, mexicano de origen, es indocumentado, y casi desde el primer día en que las autoridades platicaron de distanciamiento social, del cierre de negocios no esenciales, ayuda a los vecinos de más edad, les hace los mandados, a cambio de nada, sólo unas palabras de agradecimiento.

“Los ancianos, apunta, son del grupo más vulnerable, entonces si voy a buscar mis mandados, pues también traigo los suyos, no me cuesta nada y siento una enorme satisfacción en ayudar; tengo vecinos de edad avanzada, discapacitados, para ellos la situación es el doble de difícil, entonces es mejor que estén en casa, cuidándose, cumpliendo las indicaciones, y nosotros los ayudamos... voy a bancos de comida, hago la línea y les llevo leche, huevos, naranjas, pan, ellos saben que no tienen que agradecerme, sólo cumplo mi deber de vecino, de ser humano, y eso lo haría por cualquiera”, dice. 

En el estacionamiento de diferentes escuelas, en iglesias, hoteles, donde haya un banco de comida destinado a brindar ayuda a los más necesitados, cualquier día de la semana, allí se hacen sentir, con la mayor nobleza del mundo, los voluntarios, esas personas que sin mirar a los lados, menos aun al reloj, de manera desinteresada tienden su mano.

No hay dudas de que todo hubiera sido más complicado sin la colaboración de los voluntarios, de quienes ayudan en las líneas, colocan paquetes de comida, entregan libros para los más pequeños de casa, de una manera u otra se hacen sentir,  y en cuanto la pandemia pase, volvamos  a la normalidad, ellos deben recibir un abrazo tan grande como una casa.

 

Los dueños  de El Mundo, los empleados de este semanario que está a punto de cumplir cuatro décadas informando a la comunidad, le dicen GRACIAS. MUCHAS GRACIAS.

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