La triste y aleccionadora radiografía de una pesadilla

Por Roberto PELÁEZ

Tres palabras estremecen al país hasta sus raíces “No puedo respirar”. Poco después fallece -víctima de asfixia por presión sostenida- George Floyd (de 46 años) en Minneapolis, Minnesota. 

Se inician las protestas, por un lado manifestantes pacíficos exigen justicia y el cese del abuso policial contra los afroamericanos, por otro un grupo de vándalos aprovecha para dar rienda suelta a sus instintos más bajos, sembrando el caos, el desorden, y por supuesto, la inseguridad.

Derek Chauvin, un ex agente de la Policía, presiona una de sus rodillas contra el cuello de Floyd, tal como aparece en un video, y hoy es acusado de homicidio sin premeditación. Su aparición en Corte esta prevista para el próximo 8.

Contra los ex oficiales J. A. Keung, Thomas Lane y Tou Thao, quienes estaban en el lugar del hecho -y se les considera cómplices-, también se libran órdenes de detención. Los familiares del fallecido y muchos manifestantes piden se haga justicia y que los ex oficiales sean juzgados por el asesinato. Su hermano, en el mismo lugar donde tiene lugar el incidente, llama a protestar pacíficamente.

Resulta relevante poder diferenciar, separar, a manifestantes que exigen de manera pacífica justicia, y quienes por otro lado protagonizan disturbios, rompen puertas y ventanas de diferentes negocios, saquean, queman vehículos, disparan... colocar a ambos grupos en el mismo lado sería un error colosal.

Como se sabe el presidente Donald Trump hace una intervención y llama a los gobernadores a colocar en las calles a una cifra considerable de agentes del orden con el objetivo de que vuelva a imperar la calma y tener todo bajo control.

El mandatario llega a decir que movilizará al ejército con la finalidad de poner freno a los enfrentamientos. Algunos se oponen, consideran que con la participación de la Guardia Nacional, es suficiente.

Muchas personas en la ciudad de Las Vegas exigen que se haga justicia, se suman a las aglomeraciones, otras aseveran que no deben participar en las protestas, que lo preciso es exigir se pueda volver al trabajo.

No faltan por supuesto quienes esgrimen ‘a río revuelto ganancia para los indisciplinados y malhechores’, se suscitan tiroteos. Entra el vigor el toque de queda en varias ciudades. Las televisoras muestran imágenes de un desorden total,  de energúmenos -sin distinción de razas-, que rompen vidrieras de tiendas de lujo, puertas de farmacias, mientras ladronzuelos aprovechan para cargar cajas de zapatillas de marca y otros. Eso no se puede tolerar. 

En áreas aledañas al hotel y casino Circus Circus, cuando se apresta a efectuar un arresto, recibe un disparo el oficial de la Policía Metropolitana Shay Mikalonis, de 29 años, a quien se reporta de grave. Es detenido Edgar Samaniego, acusado de ser el presunto autor del disparo. Frente al edificio federal agentes policiales abaten a un sospechoso armado.

En medio de tanta tensión y hechos reprobables, sería injusto generalizar, calificar a mansalva, está claro que ni todos los manifestantes son causantes de disturbios, ni los delincuentes que saquean son de los que piden justicia, sienten la muerte de Floyd, desean un mejor país donde se pueda vivir en paz. Tampoco se puede calificar a todos los agentes del orden como abusadores, prepotentes, racistas, la mayoría de ellos se empeña en la tranquilidad ciudadana, en proteger, es amable, y claro, merece respeto, el reconocimiento de la comunidad. Ir a los extremos nunca ha sido lo más aconsejable ni la mejor opción. 

 

Luego de más de 100 mil fallecidos víctimas del Coronavirus, ante el caos provocado por esta enfermedad, la incertidumbre económica, lo que menos necesitan Minneapolis, Nueva York, Las Vegas, Estados Unidos, es que este triste suceso acaecido en Minneapolis de paso al caos, al desbarajuste, a oficiales baleados, robo, saqueo.  Así no se recupera un país, que exige el concurso y esfuerzo de todos.

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