Veterans Day: Irak, Afganistán… el desafío a la muerte

Por Roberto PELÁEZ

Los gritos apenas lo dejan concentrarse, sabe que debe salir de aquel infierno… en la parte trasera del vehículo su amigo da alaridos, le faltan las piernas. En Irak corre el interminable 30 de septiembre del 2004 y el joven Franklin Vilaseco en medio del desastre, una nube de polvo y mucha sangre no quiere perder el control. 

Cómo llega el entrevistado a una vida en que predomina la disciplina férrea, el sacrificio... desde niño -me cuentan- me gusta el riesgo, escalar, verme cara a cara con el peligro, utilizar mis energías en lo más riesgoso, y cuando tengo la oportunidad sólo hablo con el encargado de registrar jóvenes deseosos de la vida militar, y por otro lado no descarto los beneficios, compro mi casa con un dólar de ‘enganche’, me costean los estudios de técnico en rayos X, asevera.

Luego de un entrenamiento que se prolonga por año y medio Vilaseco habla con soltura de su preparación con diferentes armas, desde una pistola de 9 milímetros, el rifle M4, la cadencia de fuego de la metralleta 240. Los sistemas de operaciones nocturnas, formas de comunicación, la defensa ante ataques químicos, técnicas para penetrar en casas o edificios resultan el pan de cada día, algo rutinario hasta que el 10 de marzo del 2004 parte rumbo a Irak para su primera misión como militar de los Estados Unidos, allí se percata de que lo aprendido tiene mucho de elemental, nada más aleccionador que la práctica, el poner en peligro la vida cada hora, todos los días.

Aunque es de madrugada el joven apenas puede conciliar el sueño, el insomnio se ha convertido en un compañero tan indeseable como persistente; se sienta en la cama, limpia los cristales de sus gafas y desamarra los cordones de sus botas color tierra, vuelve a acostarse… A lo lejos se escuchan explosiones, pero es lo mismo de siempre. Mira al techo. El amigo que duerme al lado no deja de roncar.

Varios miembros de la unidad ayudan a reconstruir la estación que debe reciclar el agua, parece un trabajo sencillo, claro, tiene sus riesgos, en la guerra los riesgos están en todas partes.

Sí, el 30 de septiembre resulta largo en extremo, coño, me parece que no va a terminar nunca, apunta Vilaseco. Tres carros bomba atacan el sector que patrullamos en Bagdad, en cuestión de segundos aquello es un infierno, el saldo es de 41 muertos y más de 130 heridos… se dice fácil pero ver morir a quien hace unos minutos cuenta un chiste o habla de la novia, a un amigo, es algo cabrón de digerir, afirma y respira profundo.

Uno de los carros bomba explota justo detrás del M3A3 Cavalry que conduzco… pasan muchas cosas a mi alrededor, la parte trasera del vehículo se incendia, mi amigo grita mientras un médico lo atiende; la mayoría de los muertos son niños. No olvido al pequeño que después de mirar a un lado y a otro se sienta en la acera, se deja a caer como si fuera a dormir y no se levanta nunca más… le falta la mitad. El rostro de Franklin Vilaseco deja traslucir el dolor, unos recuerdos que laceran y dejan cicatrices para siempre. Cerca del niño hay más deuna docena de cuerpos mutilados, agrega. 

Mira un grueso álbum de fotos, aparta un grupo de cartas, y rememora: los recuerdos de aquel 30 de septiembre viven dentro de mi y de quienes estamos en el lugar… ayudamos a rescatar a los heridos, se los llevan en helicópteros, mientras los soldados iraquíes tiran sobre varias camionetas a los muertos, en poco tiempo queda aquello limpio, salvo las manchas de sangre sobre una tierra dura y polvorienta.

El entrevistado reconoce que el 30 de septiembre es uno de los días más penoso para él, al menos en su primera misión. El 15 de abril del 2009 parte rumbo a Afganistán. Voy a Najil, un lugar tremendamente áspero, bien remoto de Afganistán, explica.

Si en Irak veo, enfrento cosas terribles, en Afganistán no es menos, afirma, no creo pasen unos pocos días sin que nos disparen con morteros, los cohetes caen muy cerca, nos someten a un fuego intenso con armas de largo alcance… periodista veo tantas cosas tristes, pierdo tantos amigos, compañeros, además de otros que regresan pero dejan allá una pierna, un brazo, y eso es triste, estremecedor.

A una pregunta de El Mundo ofrece sus impresiones: Para mi, y para muchos soldados, apenas hay tiempo, no se reflexiona en medio de las misiones, los combates, en lo que significa servir al país en esas guerras a miles de millas de aquí; estamos enfocados en cuidarnos unos a otros, no cuestionamos los motivos políticos por los que nos envían a ese infierno.

Al regreso analizamos bien, con calma, dice, y nos formamos una opinión; es importante la preparación, el entrenamiento, pero cuando a uno le toca le toca, nos llega la hora, resalta y asiente con la cabeza. Veo a sargentos con 20 años de experiencia, una carrera entera en lo militar, morir en los primeros dos meses en Irak sin poder hacer nada por evitarlo.

También veo caer a jóvenes de sólo 19 años, llenos de vida, que no conocen a sus hijos… sabe periodista, la muerte no discrimina, y de lo que se trata, más que todo es de auto alentarse en medio de tantos traumas, tener conciencia de la situación, entonces quizás se vuelva a casa con la mente intacta, productiva, sostiene

En la hoja de servicios de Franklin Vilaseco se destacan los siguientes reconocimientos: 

 

Army commendation medal; National Defense Service Medal; Army Service Ribbon; Global War on Terrorism Service Medal; Iraq campaign medal w/campaign star; Afghanistan campaign medal w/campaign star; NATO Afghanistan service medal; Army commendation medal (2nd award); Army good conduct medal, non commission officer ribbon.

 

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