Asaltos colectivos siembran pánico en playas de Río de Janeiro

Por Jenny BARCHFIELD

Bianca D’Aquino acomoda la sombrilla y se instala en su silla, enterrando en la arena los dedos de sus pies cuidadosamente pintados.

La muchacha de 19 años solía viajar horas hasta la playa de Ipanema, pero una ola de asaltos perpetrados por bandas de jóvenes han hecho que se conforme con tomar el sol y bañarse más cerca de su casa, en una playa artificial construida en la Bahía de Guanabara, que está llena de basura y cuyas aguas están contaminada.

D’Aquino, quien vive en una de las barriadas pobres que rodean la zona costera de Río, es una de tantas personas que buscan playas alternativas para escaparle a los asaltos colectivos conocidos como “arrastoes”, en los que una banda de jóvenes corre por playas atestadas de bañistas, sembrando el pánico y arrasando con teléfonos celulares, collares y otros objetos de valor mientras la gente busca refugio.

Estos asaltos se pusieron de moda en la temporada alta de turismo y a un año y medio de los Juegos Olímpicos del 2016, a llevarse a cabo en Río. La policía respondió instalando barricadas que le permite detener e inspeccionar los autobuses que vienen de los barrios pobres, revisando pasajeros al azar, casi siempre varones jóvenes y de raza negra.

Esta respuesta generó denuncias de discriminación y debates en torno a un tema que ha sido orgullo nacional: la naturaleza democrática de las playas brasileñas. A diferencia de lo que ocurre en otros países, incluidos Estados Unidos y partes de Europa, las playas brasileñas son públicas y se las considera sitios donde todas las clases sociales se mezclan.

D’Aquino dice que prefiere evitar posibles incidentes violentos en Ipanema, Copacabana y otras zonas exclusivas de la costa, y también las miradas sospechosas que recibe por su condición de mujer joven, de raza mixta, que viene de un barrio pobre. Es así que los fines de semana, si no llueve, va a una playa artificial conocida como “Piscinao de Ramos”, en el barrio del mismo nombre.

“En Ipanama, estoy siempre asustada, temerosa de que me van a robar o de que voy a tener que salir corriendo en cualquier momento”, comentó D’Aquino sentada en una silla alquilada un domingo reciente. “Aquí puedo dejar mi bolso, mi teléfono, y volver una hora después, y nadie los ha tocado. El agua es un poco sucia, pero por lo menos me siento a salvo”.

La policía de Río trata de restaurar el orden en las playas de Ipanema, Arpoador y Copacabana, que tradicionalmente reciben decenas de miles de bañistas los fines de semana del verano. Tiene 800 agentes patrullando las playas durante los fines de semana, en que despacha también helicópteros y una unidad de vigilancia móvil adquirida para reforzar la seguridad durante la Copa Mundial de fútbol del año pasado.

Se hacen entre 100 y 150 arrestos por fin de semana, según el coronel Frederico Caldas, vocero de la policía militar de Río. Pero la mayoría de los detenidos son menores y, por ley, recuperan la libertad rápidamente.

Las barricadas que permiten inspeccionar los buses de las barriadas pobres son más efectivas, según Caldas, quien niega que se esté incurriendo en discriminación.

“Nadie le ha dicho a la policía que suba a un autobús en busca de gente joven, negra o pobre”, sostuvo. “Se revisa a la gente usando criterios objetivos”, como un comportamiento sospechoso, insistió.

“Las playas de Brasil son un tesoro nacional, especialmente en Río de Janeiro. Representan un espacio importante, democrático de nuestra cultura y vamos a hacer todo lo posible para llevar la paz a nuestras costas, de modo que la gente pueda disfrutar de la playa”, agregó.

Las barricadas, afirmó, “son el precio que hay que pagar por la seguridad en cualquier país”.

Jorge Luis, un hombre de 56 años que tomaba sol en la playa de Ramos, no acepta esa tesis.

“Dicen que no hay racismo, pero por supuesto que lo hay”, expresó. “¿O me van a decir que es pura casualidad el que toda la gente que revisan (en los autobuses) es negra?”.

Otros dicen que las barricadas no bastan para proteger las playas de la acaudalada Zona Sur de Río, llamadas a llenarse de turistas durante los Juegos Olímpicos.

Luiz Carlos Vieira, un comerciante de 60 años, declaró que rara vez pisa la playa a pesar de que vive cerca de Ipanema en uno de los barrios más exclusivos del hemisferio occidental.

“Nadie en mi barrio viene a la playa. No puedes hacerlo. Está totalmente descartado”, sostuvo. “Pagamos impuestos a la propiedad muy altos, pero con la inseguridad que hay en las playas, somos rehenes en nuestras propias casas”. RIO DE JANEIRO (AP)

 

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