Editorial: SOS por la Madre Tierra

Lo que ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra

    Noah Sealt

El próximo domingo 22 es el Día Mundial de la Madre Tierra, sí, del lugar donde hace mucho, muchísimo tiempo vive el hombre... pero no se trata solo de la tierra en sí, incluye el agua, el medio ambiente, el hábitat.

Lo que ha sufrido la tierra a manos del hombre impide que el 22 de abril, al menos en lo que a la tierra respecta, sea una fecha para celebrar, todo lo contrario, lo indicado es que se convierta en una efemérides destinada a despertar la conciencia, un llamado a reverir todo el daño causado al ya desaliñado medio ambiente.

La contaminación ambiental por los desechos de las industrias, la tala indiscriminada de árboles, la censurable acción de contagiar las aguas, todo ello es obra del hombre, a lo que se suman especies de animales en vías de extinción -o ya extinguidas- víctimas de la caza y la avaricia del único capaz de pensar, reflexionar, o por lo llamarlo de alguna forma... del más civilizado, de quien por diferentes circunstancias apela a los insecticidas y pesticidas para conseguir cada vez mayor producción de alimentos.  

A la tierra, para que se entienda, la han mandado por un tubo. Para aplicar cualquier medida en beneficio de la misma, hay que organizar una Cumbre de mandatarios, reuniones, congresos, firmar o no firmar acuerdos, y un largo etcétera. 

Sin pecar de pesimista, vale apuntar que hoy, a estas alturas del juego, la tierra como tal tiene muy poco que celebrar, como no sea el desmantelamiento sostenido de que ha sido objeto desde hace mucho tiempo. La transformación del planeta tierra es considerable.

Qué quedará a las futuras generaciones. Ojalá los hijos y nietos no tengan que  llegar a la conclusión de que sus padres y abuelos fueron unos irresponsables, al menos en lo concerniente al cuidado que requiere la Madre Tierra.

El hombre, por su necesidad de expandirse, (la población mundial sobrepasa los 7 mil 300 millones de habitantes), pues sencillamente crece, y no lo hace siempre para arriba, se extiende, alcanza e invade el habitat de los animales y a éstos no les queda de otra que comer y procrear en otro lado, muchas veces lejos de donde han vivido siempre, así de sencillo; por si fuera poco el hombre se vale de las armas y las trampas, de retener a los animales en cautiverio, en una práctica tan criminal como censurable.

Urge frenar la contaminación, disminuir el impacto ambiental, preguntarse cada uno qué puede hacer, mover un dedo en favor del planeta que legaron los abuelos y los antecesores, hacer valer eso de que los árboles son los pulmones de la tierra, estremecerse ante un riachuelo que trata de correr con un delgado hilo de agua donde antes había un río...

El cuidado de la tierra no es postergable, es preciso actuar de manera que las futuras generaciones puedan decir, antes de lamentarse: hogar, dulce hogar.

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