Opinión: La ruta de la muerte (Y de las oportunidades)

Por Jorge Ramos

Es la ruta (por tierra) más peligrosa del planeta. Los inmigrantes que tratan de llegar a Estados Unidos se la juegan. Cada día muere, en promedio, una o dos personas. A veces son más.

Algunos tienen que cruzar selvas y ríos. Otros desiertos y montañas. Todos tienen que burlar la muerte, a los coyotes y a los policías que les bloquean el paso y les hacen la vida imposible.

​El año pasado murieron o desaparecieron mil 457 migrantes en todo el continente americano, según las últimas cifras de la Organización Internacional de Migración (OIM). Y de esas muertes, 686 ocurrieron en la frontera de México y Estados Unidos, convirtiéndola en la “ruta terrestre más mortífera del mundo”. De hecho, cruzar el desierto de Sonora y Chihuahua fue más peligroso que hacerlo por el de Sahara en Africa (basado en el número de muertes).

​La solución para evitar tantas muertes en el camino al norte es “acceso a rutas migratorias regulares y seguras”, de acuerdo con uno de los funcionarios de la OIM. Pero parece que los gobiernos de México y Estados Unidos están haciendo exactamente lo opuesto.

​La Guardia Nacional de México, en la práctica, se ha convertido en la policía migratoria de Estados Unidos. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador también ha permitido que México sea la sala de espera de quienes quieren emigrar y pedir asilo en Estados Unidos. Al mismo tiempo, el gobernador Gregg Abbot ha enviado a miembros de la Guardia Nacional de Texas a patrullar la frontera y ha obtenido el apoyo, moral y financiero, de 13 gobernadores republicanos. Además, Abbot ha construido una barrera con boyas de mil pies de largo sobre el río Bravo/Grande, cerca de Eagle Pass, para complicarle aun más la cruzada a los inmigrantes. A pesar de los recursos legales y las protestas, esas boyas no serán retiradas hasta el próximo mes.

​Los migrantes están en medio de un sandwich. México aprieta por un lado y Estados Unidos por el otro. Por eso mueren tantos en la frontera.

​Y, a pesar de todo, siguen llegando.

​El pasado mes de julio la policía fronteriza de Estados Unidos detuvo a 132 mil 652 personas. Muchas menos que en el 2022 pero las cifras siguen siendo muy altas. Multipliquen esos números por 12 y verán que Estados Unidos tiene una verdadera crisis en su frontera.

Y ahora una advertencia: eso no va a cambiar. Así que más vale que nos vayamos acostumbrando y que encontremos una manera de administrar humanamente tantas entradas al norte. Esta no es una crisis que se puede resolver; es una crisis que solo se puede administrar y capotear.

Lo normal es que la gente en los países más pobres, represivos y violentos se vayan al más rico, libre y seguro del continente. Eso es exactamente lo que está pasando. Y seguirá ocurriendo. Estados Unidos ha sido y es el país de refugio, el de las segundas oportunidades, al que llegan quienes ya lo trataron todo en otro lugar.

Pero su sistema migratorio es obsoleto y está totalmente quebrado. Desde 1986 no hay una reforma migratoria. Y la reciente decisión de un juez de Texas declarando ilegal la protección para los Dreamers -estudiantes y jóvenes que llegaron sin permiso a Estados Unidos- solo demuestra lo injusto que es y la urgencia de actualizarlo.

Otro ejemplo de la necesidad de modernizar el sistema migratorio de Estados Unidos es la manera en que se trata a quienes solicitan asilo. El límite del gobierno de Joe Biden de admitir 125 mil refugiados al año es totalmente insuficiente. Solo en un mes pueden entrar más personas a Estados Unidos por la frontera sur. Y los que entran están poniendo a prueba la capacidad de ciudades como Nueva York y Chicago, cuyos alcaldes aseguran que ya no pueden recibir a más migrantes. “Nuestra compasión no tiene límites”, ha dicho Eric Adam,s el alcalde de Nueva York, que está recibiendo un promedio de 10 mil migrantes cada mes. “Pero nuestros recursos están limitados”.

Y la gran incongruencia es que esos nuevos inmigrantes, una vez que llegan, no pueden trabajar. No se lo permite la ley. Los permisos de trabajo no se entregan a los extranjeros hasta 180 días después de que presenten su solicitud de asilo.

Esta es la fórmula del fracaso y la desesperación: están llegando a Estados Unidos muchos más inmigrantes de los que se pueden procesar rápida, legal y humanamente, a los que pudieron cruzar no les dan inmediatamente permisos de trabajo, las ciudades que los acogen se han quedado sin lugar para ellos, familias enteras están a la deriva, hay más de 10 millones de indocumentados esperando algún tipo de protección y los políticos llevan 37 años sin encontrar una solución al problema. Y lo peor: que cientos mueren cada año en el intento.

La ruta de la muerte, es muy triste, pero por ahora, no puede cambiar de nombre.

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