Héctor y Juan se ‘mueven’ entre casillas blancas y negras

Por Roberto PELÁEZ

Héctor Roca y Juan Pablo Jáuregui tienen varias cosas en común; ambos son inmigrantes, el primero es oriundo de Argentina, y el segundo vino a Estados Unidos procedente de Cuba, pero las cosas van más allá, tienen formación integral, pueden platicar horas sobre este o aquel libro, de buen cine, o mejor aún, de algo que los apasiona hasta la pared de enfrente: el ajedrez.

Roca, de hablar comedido, no tiene el menor reparo en reconocer que nace y crece en un barrio de Argentina donde pocos han escuchado hablar de ajedrez, “me enamoro de las piezas blancas y negras, de los peones y caballos, aprendo a jugar llevando al tablero las transcripciones de las partidas que se publican en los periódicos y revistas”, recuerda emocionado.

“En 1939 Argentina organiza la Olimpiada mundial de ajedrez, rememora el hombre que tengo delante, una especie de enciclopedia del bien llamado ‘juego ciencia’, y en medio de ese torneo al más alto nivel comienza la II Guerra Mundial, muchas figuras relevantes no regresan a sus hogares en una Europa destruida, pierden sus casas, sus familias, y de cierta forma esta triste situación convierte de la noche a la mañana a Argentina en una potencia ajedrecística, donde fijan residencia muchos Grandes Maestros”, argumenta.

Jáuregui saca una carta bajo la manga: “Pero antes, exactamente en 1927, se juega en Buenos Aires el match entre el cubano José Raúl Capablanca y Alexander Alekhine, en el que pienso que el nuestro no se presentó en la mejor forma; el ‘Capa’ ha sido el único ajedrecista hispano campeón del mundo y muchos lo ubican entre los cinco mejores de todos los tiempos”.

El argentino Roca es un amante furibundo del ajedrez agresivo, “me gusta atacar, hacer combinaciones, sacrificios, de ahí mi simpatía por Mijail Tal, a quien apodaban ‘el genio de Riga’, y fue titular mundial allá por 1960”, sostiene.

“Junto a mi pasión por el ajedrez, explica, ‘descubro’ mi vocación docente, difundo el juego entre amigos del barrio, organizo torneos, enseño los nombres de las piezas, como se mueven, los rudimentos del juego”.

Jáuregui también tiene por vocación el enseñar todo lo que tiene que ver con el ajedrez, la apertura, el medio juego, los finales, y  organiza torneos, simultáneas con figuras de renombre.

Ambos entrevistados, excelentes personas, tienen un sueño que no han podido hacer realidad, materializarlo se escapa de sus manos, requieren el apoyo de las autoridades o de organizaciones locales.

 

Ellos sueñan con ver a los ajedrecistas, de todas las edades, en los parques, aprendiendo, disputando partidas. Un hermoso sueño, sin dudas.  

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