El último suspiro de la reforma

La reforma migratoria está en cuidados intensivos (aunque muchos dicen que agoniza y otros certificaron su muerte), y ya comenzó la búsqueda de culpables siguiendo un cansado libreto que conocemos demasiado bien como para darle crédito a ninguno de los actores.

Si agoniza y si se muere, los dos partidos políticos comparten la culpa. Unos (los republicanos) en mayor grado que los otros. Pero durante demasiado tiempo ambos la han compartido al explotar el tema a conveniencia.

El liderazgo republicano de la Cámara Baja sigue permitiendo que la agenda legislativa y sus estrategias electorales las dicte el caucus antirreforma encabezado por Steve King (R-IA). El presidente cameral, John Boehner, se atrevió a repetirle al presentador de Univisión, Jorge Ramos, que no considerarán el plan de reforma migratoria S.744 que aprobó el Senado, entre otras cosas, porque nadie lo ha leído aunque la medida cumple un año de aprobada el 27 de junio. Y tampoco presentan su propia propuesta de reforma que, de aprobarse, permita una negociación con el Senado antes de que concluya 2014 y haya que arrancar de cero en enero con un nuevo Congreso, tarea cuesta arriba cuando lo único que importará son las elecciones de 2016.

Los republicanos no quieren legislación, pero se esponjan cuando se habla de medidas administrativas para amparar de la deportación a inmigrantes establecidos y sin historial delictivo. Denuncian la “ilegalidad”, pero mantienen el statu quo que es una amnistía de facto. No quieren que el presidente Barack Obama los pase por alto, pero tampoco colaboran.

Desoyen a quienes conocen de primera mano el resultado de oponerse a la reforma y ahuyentar a los votantes latinos: perder la Casa Blanca. Actúan como quien ya dio por perdido ese voto latino y no creen necesario atender los asuntos de interés de este sector electoral.

A menos que en las próximas semanas se produzca un milagro o que sea una extraña estrategia para no espantar conservadores en su proceso primarista, los republicanos no parecen querer debatir una reforma migratoria. Reconozco, empero, que en el Congreso lo muerto resucita si es conveniente. El congresista Mario Díaz-Balart (R-FL) dijo en el programa Al Punto, de Univisión, que confía más que nunca en que el debate está cerca. Definitivamente debe tener información privilegiada porque las señales públicas son otras.

De otra parte están los demócratas que no toleran que se les cuestione cuando sus políticas migratorias dividen familias.

Durante muchos años, demasiados, los demócratas han proclamado defender una reforma migratoria que no ha sido prioritaria, incluso cuando ese partido ha controlado ambas cámaras del Congreso y la Casa Blanca. No ha sido sólo ahora. No dejaré de recordar que fue un presidente demócrata, Bill Clinton, quien promulgó dos de las leyes más nefastas para los inmigrantes con documentos legales, las reformas de welfare e inmigración de 1996. Algunos cambios a estas leyes tomaron años en conseguirse. Pero Bill Clinton no prometió reforma.

Obama sí, en 2008, en medio de una brutal primaria contra Hillary Clinton y le funcionó.

Pero quizá pensó que las palabras se las llevó el viento, de tal modo que no cumplir la promesa no tendría consecuencias. Que, como siempre, se señalaría a los republicanos como lo que son, antiinmigrantes y obstruccionistas (con excepción de un puñado), y que la mayor parte del movimiento pro reforma y la comunidad latina aceptarían la excusa sin chistar.

Que su gobierno podía deportar a más de dos millones, incluyendo padres y madres de niños ciudadanos, personas sin ningún historial delictivo, y nadie lo criticaría.

Los republicanos no son ahora alternativa viable para los votantes latinos, pero esos los electores esperan más de los demócratas. Los tiempos de lavar la ropa sucia sólo en casa van cambiando. Se esperan resultados. Si no hay reforma legislativa, se espera al menos un alivio temporal. Si Obama retrasa su revisión de la política de deportaciones y pone a más familias en riesgo, familias donde hay votantes que ayudaron a elegirlo, para darle más tiempo a republicanos empecinados en no concederle ninguna victoria legislativa, se espera que el alivio que anuncie sea significativo y no un tentempié.

Se espera que para atender los asuntos de los latinos que han sido leales haya la misma urgencia con la que apaciguan a quienes sólo buscan su fracaso.

Ojalá que Díaz-Balart esté en lo correcto y haya movimiento en los próximos días. Pero dicen que tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata. Si la reforma finalmente da su último suspiro, la culpa será compartida.

(*) Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.

 

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