El llanto de miles de niños migrantes retumba en la selva del Darién

Cristian acaba de llegar junto a su madre y su hermano a Bajo Chiquito, el pueblo panameño al que arriban los migrantes irregulares tras atravesar el Tapón del Darién, la peligrosa frontera que divide a Panamá y Colombia.
Cristian quiere la cámara de EFE, llora porque su madre, María Pernalete, le limpia los pies llenos de picaduras infectadas; llora cuando le echa la pomada sobre las heridas y cuando lo obliga a tomar un jarabe para frenar la fiebre.
“Me estaba muriendo de hambre en Venezuela. Cruzar el Darién fue horrible, es lo peor que le puede pasar a un ser humano”, cuenta Pernalete, de 34 años.
La selva del Darién es una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, por su entorno salvaje, la presencia de grupos armados y del crimen organizado.
No se sabe cuántos han muerto en el Darién. Los migrantes dicen que los viajeros pierden la vida por caídas, heridas, no pueden seguir por estar enfermos o débiles, ahogados, o a manos de delincuentes.
Unicef estimaba que para finales de 2022 unas 180 mil personas (número ya superado) habrían cruzado el Darién, incluidos 30 mil niños.
Es una crisis impulsada por éxodo venezolano, el 70 % de los que deciden caminar la selva son de Venezuela, hay de Haití, Bangladesh, India, Somalia, Colombia y hasta de Filipinas, según datos facilitados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Pernalete partió desde Barquisimeto huyendo de la hambruna que casi los mata primero a Ecuador, regresó a Venezuela y decidió volver a migrar junto con sus hijos, de cuatro y dos años, y su marido. Panamá (EFE)

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