Es una mala costumbre. Creemos muchas veces que los presidentes son como Supermán y que lo pueden hacer todo.
Pero después de entrevistar a decenas de presidentes de todo el mundo durante 30 años de carrera, la principal queja de los mandatarios suele ser el poco poder que en verdad ejercen.
El dictador Fidel Castro podía decidir quien vivía y quien moría en Cuba. Y el semi-dictador venezolano, Hugo Chávez, pudo regalar el petróleo del país a otras naciones, censurar a la prensa y contar los votos para ganar elecciones. Pero ellos son la excepción. Ya casi no hay tiranos en el hemisferio y las democracias obligan a los presidentes a limitar sus ambiciones.
Ningún presidente puede ordenar que baje la criminalidad y aumente el empleo. Puede tomar medidas que lleven a esos objetivos pero el mundo no responde inmediatamente a las hormonas presidenciales. En cambio, hay decisiones –mucho más concretas- que sí puede tomar un presidente y que benefician la vida de millones de personas.
Esto nos lleva al presidente Barack Obama. Obama ha tratado –y me consta- que el congreso apruebe una reforma migratoria para legalizar a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Pero los Republicanos en la Cámara de Representantes han bloqueado la reforma y no están dispuestos a hacer nada al respecto.
Obama fue muy paciente, usó la diplomacia, ejerció presión y dio discursos. Pero los Republicanos no se movieron. Esto dejó al presidente con la siguiente opción: mantener las cosas como están –y están muy mal- o utilizar su poder ejecutivo para proteger a millones de indocumentados.
No, el presidente no puede legalizar a nadie sin la autorización del congreso. Pero sí puede evitar que deporten a millones de indocumentados. ¿Cuántos exactamente?
La Casa Blanca aún está decidiendo quiénes se podrían beneficiar y el anuncio lo haría a finales del verano o a principios del otoño. Pero cualquier decisión presidencial debería incluir a los padres y hermanos indocumentados de niños nacidos en Estados Unidos, y a los padres y hermanos de los dreamers o estudiantes indocumentados que ya se beneficiaron del programa de “acción diferida” o DACA.
Estas son las cifras. Actualmente hay cuatro millones y medio de niños nacidos en Estados Unidos que tienen al menos una madre o un padre indocumentado, según datos del Pew Research Center. A esto hay que sumarle a los padres de más de medio millón de dreamers que, de acuerdo con el gobierno, ya recibieron DACA. Por último, es preciso incluir a todos los hermanos de los dreamers y de los niños que son ciudadanos estadounidenses; no habría nada más cruel que proteger legalmente a un niño y no a su hermano.
Es decir, estamos hablando de que el presidente Barack Obama podría proteger de una deportación y dar permisos de trabajo a por lo menos cinco millones de personas. Y todo esto sin autorización del congreso.
Desde luego, esta sería una protección temporal que podría ser rechazada y revocada por el próximo presidente o presidenta en el 2017. Pero esto da tiempo para que cambie el sentimiento anti-inmigrante entre muchos Republicanos y se pueda aprobar, eventualmente, una reforma migratoria permanente. Tarde o temprano los Republicanos entenderán que no pueden ir en contra de algo que tanto quiere la creciente población latina.
No, los presidentes no son todopoderosos y Obama no es la excepción. Muchas de sus promesas electorales de cambio y esperanza se han quedado sin cumplir, incluyendo la de una propuesta migratoria en su primer año de gobierno. Y ya que eso no lo consiguió, ahora el presidente está buscando la forma de ayudar a millones de indocumentados. Esto es bienvenido; sería una forma de compensar el daño hecho al deportar a más de dos millones de personas y al separar a miles de familias.
Por supuesto, habrá quienes digan que el presidente Obama no tiene la autoridad legal para evitar la deportación de millones de inmigrantes. Otros, incluso, están hablando de destituirlo del cargo por abuso de poder. Y, sin duda, no faltarán los que aseguren que esto generará otra crisis en la frontera como la de los miles de niños centroamericanos que están llegando solos. Lo entiendo. Pero lo que falta es que alguien, quien sea, haga algo.
Los presidentes tienen menos poder del que nos imaginamos. Pero más que el resto de la gente. Por eso tienen que usarlo por causas que de verdad valgan la pena. Para eso, precisamente, los eligieron.