Editorial: Entre bombardeos e incendios

En segundos, minutos tal vez, la noticia dio la vuelta al mundo, cazabombarderos estadounidenses atacaron a milicias patrocinadas por Irán (asesinaron o ajusticiaron) al general mayor iraní Qassem Soleimani, considerado responsable del ataque a un ciudadano norteamericano, y aseguran, presto a poner fin a la vida de muchos más.

Las reacciones fueron diversas y algunas incluso esperadas: el gobierno iraní designó casi de inmediato al sustituto del alto militar, y éste habló de tomar represalias, específicamente contra puestos militares de los EU, mientras potencias como China y Rusia guardaban silencio, en tanto la Organización de Naciones Unidas convoca a reunión urgente y llama a la mesura, lo mismo que el gobierno mexicano.

Quienes están a favor del ataque, la respuesta del gobierno de los Estados Unidos, esgrimen que durante meses se toleraron las acciones agresivas de Irán en el Golfo Pérsico, recuerdan también el derribo de un drón de vigilancia. Los altos mandos militares del país consideraban a Soleimani responsable del ataque al ciudadano norteamericano, además de su marcada disposición para asesinar a otros.

No es desacertado pensar en respuestas, algunos incluso traen a colación la incesante lluvia de fuego que cayó sobre las tropas norteamericanas en Bagdad luego de la invasión de 2003; e incluso a la par que han arreciado las medidas económicas de la administración Trump contra Irán, los ataques con cohetes han aumentado... los iraníes no quieren a Estados Unidos en el Medio Oriente.

Recientemente un misil iraní hizo explotar la base conjunta de Estados Unidos e Irak en el extremo sur de la ciudad iraquí de Kirkuk, con el saldo de un intérprete estadounidense muerto, tres militares heridos y dos policías iraquíes. Quizás esa fue la gota que colmó la copa.

Nadie en su sano juicio quiere una sostener una contienda bélica, pérdidas humanas, económicas, tensión, familias separadas, hijos, padres, hermanos, esposos muertos o mutilados... no.

Se impone el diálogo, la mesura y el respeto.

Por otro lado la comunidad mundial mira con estupor, con lógica preocupación, los incendios en Australia, que tienen ya meses, y cuyo humo afecta también a Nueva Zelanda.

Los expertos advierten que el hollín puede llegar a los glaciares australes; ya perdieron la vida unas 20 personas, hay muchas viviendas perdidas (alrededor de mil 500), y millones de animales han muerto a causa de los incendios. El planeta grita. Urge escuchar y actuar.

Los informes destacan que cenizas, provenientes de unos mil 900 kilómetros cayeron en Nueva Zelanda y el calor puede derretir la nieve más temprano, o sea, que un desastre, una calamidad y tragedia de esta magnitud puede acelerar otro. Es devastador. Se vive en estado de emergencia. Se habla ya de 100 mil hectáreas calcinadas.

Trascendió que desde septiembre del año pasado Australia enfrenta incendios, pero éstos han ganado en magnitud; se trata de la temporada de incendios forestales, que esta vez requiere  la movilización de miles de reservistas y el apoyo de otros países, pues se trata de una tragedia colosal.

El primer ministro australiano Scott Morrisonen medio de la vorágine aseveró apesadumbrado:  “estamos poniendo más aviones en el cielo, más barcos en el mar, más camiones para apoyar la lucha contra los incendios, sin embargo estos fuegos son terribles”.

 

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