Editorial: La solidaridad y la fuerza del ejemplo

“Las personas fuertes no tumban a las otras, las ayudan a levantarse” 

                      Michael P. Watson (escritor)

 

La solidaridad es un valor hermoso. Es una de esas cosas que cuando se pone de manifiesto quien la practica recibe. 

Primero conecta con los demás. Hacer algo por los otros reporta beneplácito, felicidad interior, una dosis de sano orgullo, y eso sin dudas es hermoso. Permite la interconexión.

Se trata de un valor que ayuda a ganar conciencia sobre las necesidades de otro u otra (s) personas, ser solidario genera el deseo de sumar en lo relacionado con la satisfacción de sentirse mejor ser humano.

La solidaridad, no lo dude nadie, debe ser enseñada en casa -más que todo con el ejemplo-, y por supuesto, fomentada en la escuela, sin que ello reste un ápice de responsabilidad a los padres, a los hermanos mayores. Si de concepto se trata, tiene mucho que ver con el respeto y la dignidad de las personas.

Tampoco se debe dudar de las posibilidades reales de la solidaridad humana como un valor incuestionable y esencial en el justo propósito de transformar el mundo, hacerlo mejor para la actuales y futuras generaciones.

El contacto con la empatía y el cuidado de los otros se establece en los primeros años a través de los padres; el niño que ve a sus progenitores ser solidarios, se impregna de ese sentimiento, lo siente crecer dentro de él, quiere ponerlo en práctica con sus amiguitos, vecinos, compañeros del salón de clase, de la escuela, la sociedad. 

Se aprende en casa al ver, identificar conductas e imitarlas. De tal manera que los niños crecen, conocen de la empatía, y poco a poco se despierta en ellos una preocupación sana por los demás.

A lo anterior hay que añadir entornos educativos, en los que se debe promover la cooperación frente al individualismo, y propiciar el trabajo en equipo, para conseguir hacer realidad una aspiración.

Los pequeños ven y se desarrolla en ellos una conciencia relacionada con la existencia de otros, crece el deseo, la necesidad de afrontar tareas, ayudar, colaborar, ser solidarios... se destierran conductas egoistas, se consigue un aprendizaje, el mismo que repercute, se hace sentir en edad adulta. Es el valor que es necesario fomentar.

La solidaridad es una muestra de altruismo que se aprende y se fortalece con los años de desarrollo, que convertirán a los más pequeños en personas capaces de establecer relaciones de confianza, en las que la reciprocidad, entendimiento, comprensión y afinidad son protagonistas, de ahí precisamente lo hermoso de la solidaridad.

Cuando no se es solidario de adulto, no es descabellado pensar que tampoco recibió los mejores ejemplos durante la infancia y la adolescencia. Ponerse en el lugar de otro, del necesitado, del enfermo, dice mucho de la conciencia del ser humano. Aunque se debe iniciar con la enseñanza en casa, nunca es tarde para ser solidario, reparar en que el necesitado puede ser mañana uno mismo. Así de sencillo.

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