El afilador, pregonero de la buena fortuna y de los cuchillos con filo

Hasta hace algunos años las mujeres y habitantes de las casas, imitados acto seguido por los niños, se sacudían de pies a cabeza ante el particular sonido del afilador; desde antes y aún en la actualidad, muchas personas tienen la creencia de que este particular sonido es capaz de eliminar las malas vibras y pedir abundancia.

 

Don Rodolfo, de poco más de 70 años de edad, ha sido testigo de estas constantes sacudidas cada que camina por alguna de las 12 unidades habitacionales de la Ciudad de México por las que ofrece sus servicios desde hace al menos unos 30 años.

Antes de eso era un “pintor de los de antes”, es decir, de los que igualaban al tanteo los colores y colocaban “plastes” que logran acabados finos, “no como los de ahora, que sólo embarran la pintura”.

Desde hace 30 años, cuando su madre enfermó y debía solicitar permisos constantes en las obras en las que trabajaba, se dedica al oficio de afilar cuchillos. Todo comenzó cuando alguién le enseñó el arte de sacar filos, lo que aprendió en poco tiempo y fue así como logró conjuntar sus tiempos de trabajo con las visitas de su madre al médico.

En la actualidad, y acompañado de un pequeño banco de madera equipado con esmeril y una redonda y pesada piedra con la que afila cuchillos y tijeras, Don Rodolfo carga a cuestas cada día al menos unos 10 kilogramos.

Así, recorre a pie unidades habitacionales como Lindavista, Vallejo y Cuitláhuac, en el norte de la Ciudad de México, así como la de Las Fuentes Brotantes y Fovissste de Miramontes, al sur de la capital mexicana; cerca de Mixcoac, en donde vive acompañado de su esposa María, nunca tuvieron hijos, por lo que desde hace unos 40 años caminan juntos en soledad.

Don Rodolfo no aparenta los años que tiene y se ve al menos unos diez años más jóven, se acompaña de los resistentes morrales de lona que con amor y de vez en vez le cose su esposa para guardar sus herramientas de trabajo, con la camisa impecable y los pocos cabellos que le quedan en perfecto orden, se levanta cada mañana poco antes de las ocho para llegar a las unidades habitacionales poco después de las 10:00 de la mañana.

Como adulto mayor, confiesa con una sonrisa infantil, tiene sus trucos, por ejemplo, dijo, jamás cambió el horario de su reloj por lo que llega a tiempo a todos lados, su jornada concluye cerca de la una o dos de la tarde, o bien hasta que junte una cantidad de dinero considerable para llevar a su esposa María.

En las calles ha vivido de todo y considera que su oficio se ha visto escanciado ante la cultura de lo desechable; sin embargo, en su opinión, no existe en la actualidad un cuchillo de filo eterno y las personas no tienen para comprar estos utensilios a cada rato.

Por afilar unas tijeras o unos cuchillos de tamaño promedio cobra entre 35 y 40 pesos, mientras que el precio por afilar cuchillos de mayores dimensiones como los que utilizan los taqueros cobra alrededor de 60 pesos.

Muchas señoras todavía pelean y regatean por que les baje los costos, dice entre risas; sin embargo, algunos de sus compañeros llegan a cobrar el doble de lo que él, o bien, menos de la mitad, es decir, entre siete y diez pesos por pieza, lo que en su opinión es un valor muy bajo debido a que no solo se trata de sacarle el filo a los cuchillos, sino de recorrer con paciencia y apunta de chiflidos la capital mexicana.

Explicó que su trabajo le permite tener libertad, y recuerda con nostalgia sus primeros días como afilador, tras abandonar por necesidad el oficio de pintor de brocha gorda que tanto amó durante muchos años; Don Rodolfo comenta que las primeras veces con el esmeril a cuestas echaba a correr tras silbar por las calles porque le daba pena no poder hacerlo al igual que sus compañeros.

Él, consideró que le costó más trabajo aprender a silbar que afilar cuchillos y explica que cada uno de los afiladores de la capital mexicana tiene su propio sonido; el suyo, comenta con chispas en los ojos, es un pedazo de la canción de Remember Love de Yoko Ono.

Con la paciencia de quienes han visto con ojos propios el rumbo que ha tomado la ciudad desde hace décadas atrás, comenta que si bien lo suyo lo suyo era la pintura y acabados, el trabajo de afilador le permite ser su propio jefe y ya no volvería a la pintura debido a que considera que es un trabajo pesado para su edad; así, dijo, “la misma obligación me hizo entrar al aro, a aprender poco a poco”.

Con humildad pero con orgullo recordó su primer día de trabajo como afilador, “salí con los ojos cerrados, sin saber mucho” a recorrer las calles de la colonia Plateros, en ese primer día de labores Don Rodolfo pensó que ese trabajo no era para él y a 30 años, confiesa, “medio me acostumbré”.

Don Rodolfo, a quien saludan todos los vecinos con cercana familiaridad abundó a Notimex que su trabajo es noble y le permite estar cerca de su esposa cuando ella lo necesita, y aunque a veces llega a afilar hasta cinco piezas otros tantos días no se lleva nada a los bolsillos; sin embargo, al igual que la pintura, este oficio le ha dejado grandes aprendizajes.

A diferencia de los afiladores que andan en bicicleta o bien, que utilizan esmeril motorizado, él prefiere hacer las cosas a la antigua y trata con cuidado los cuchillos, tijeras y navajas de las personas y evita generarles mucha presión para así hacerlos más duraderos.

Para Don Rodolfo, el oficio de afilador le ayudó a superar la muerte de su madre y tras su partida salía caminar por toda la ciudad poniendo buena cara, “porque ni modo de andar ahí tristeando con las señoras, sería muy aburrido”, por lo que también está agradecido por girar eternamente la manivela del esmeril con el que saca chispas y filos a cuchillos, tijeras y navajas. México (NOTIMEX)

 

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