La Columna Vertebral: Ni una soda más

Por José López ZAMORANO

Cuando hace algunos meses nos enteramos de que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, consume 12 latas de refrescos dietéticos Diet Coke al día, como lo reportó The New York Times, resulta obvio concluir que consumir calorías vacías es un mal hábito, aun cuando se desconozca con precisión su impacto de largo plazo en la salud del inquilino de la Casa Blanca.

Se trata sin embargo de una conversación importante sobre la cultura de salud, toda vez que está documentada científicamente una relación entre el consumo de sodas, refrescos o bebidas endulzadas artificialmente, con el sobrepeso, la obesidad y la diabetes a nivel mundial, tres padecimientos que son especialmente agudos entre los latinos.

Se estima que alrededor de mil 500 millones de personas sufren de un peso corporal excesivo y 1 de cada 20 adultos sufren diabetes. En los Estados Unidos, el Instituto Nacional de Salud considera que el consumo de bebidas endulzadas, especialmente refrescos, ha sido asociado con un incremento en las tasas de obesidad y diabetes.

Las sodas, bebidas endulzadas y refrescos, contienen grandes cantidades de azucares refinadas, lo cual les confiere una alta carga glicémica y pocas propiedades nutritivas, lo que se cree contribuye a un incremento excesivo del peso, al síndrome metabólico y a una resistencia a la insulina, de acuerdo con un recuento médico elaborado por el NIH.

Para los hispanos es un asunto doblemente relevante porque está probado que al menos el 16.9% de nosotros padecemos niveles de diabetes tipo 2, comparado con el 10.2% de la población no hispana. A la propensión genética se suman factores de estilo de vida negativos, como el consumo colosal de sodas o refrescos, o una desproporcional ingesta de calorías vacías en productos derivados de maíz o arroz.

Pero aún dentro de los hispanos hay diferencias notables. La tasa de diabetes entre quienes tenemos ascendencia mexicana es la más alta, del 18.3%, comparado con 10.2% entre los sudamericanos. Pero cuando cualquier hispano llega a los 70 años, la tasa de posibilidad de diabetes se empareja a un dramático 50%.

En mi caso se trata de un tema que me toca personalmente. No sólo una gran parte de mi familia directa sufre de diabetes, sino que mi padre perdió una pierna y eventualmente falleció por las consecuencias de la enfermedad, que avanza gradualmente afectando la vista, la circulación periférica y órganos vitales como los riñones y el corazón.

¿Es posible cambiar los malos hábitos que contribuyen a la diabetes? La respuesta es un rotundo sí. Por lo menos desde hace cinco años en mi casa o fuera de ella, no se consumen ni soda, ni refrescos, ni ningún tipo de jugo o bebida endulzada artificialmente. Mi hijo, mi esposa y yo bebemos agua pura, sea en casa o fuera de ella, como sustitutos de bebidas endulzadas.  Una vez que ese hábito se adquiere, no hay marcha atrás.

Nunca es tarde para poner en marcha un cambio de nuestra cultura de salud y dejar atrás las sodas, los refrescos y las bebidas endulzadas. Nuestra próxima comida puede estar acompañada de un vaso de deliciosa agua fría. Es una inversión gratuita para toda la vida. (Para la Red Hispana)

 

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