Opinión: Ahogarse en la orilla del río

Laredo, Texas. Muchos no llegan a la orilla. Se ahogan.

El río es Bravo y Grande, traicionero e impredecible. Debajo de su aparente placidez, fuertes corrientes y remolinos te pueden enrollar con basura y ramas. El lodo del fondo te chupa. Es color café oscuro, impenetrable y contaminado. Imposible verse los pies. Sus piedras te desgarran la piel. En los últimos nueve meses, 33 personas se han ahogado (solo en el área de Laredo). Casi todos inmigrantes.

Este es el río que una tarde cruzó Orbin, un niño hondureño de 15 años de edad. Lo conocí poco después de “la cruzada”, como muchos le dicen a la aventura de nadar de México a Estados Unidos.

Orbin ya lo ha sufrido todo. Nunca conoció a su papá, su mamá se fue de San Pedro Sula, Honduras a Estados Unidos cuando él tenía seis años de edad, las pandillas le mataron a su mejor amigo frente a sus ojos –“le dieron en la cabeza y él se murió”-y luego lo amenazaron de muerte a él. Tras 25 días viajando absolutamente solo por Honduras, Guatemala y México, le faltaba únicamente cruzar el río para llegar a Estados Unidos y comenzar una nueva vida.

“Sí, tenía miedo”, me confesó Orbin. Pero más miedo tenía de quedarse en su casa en Honduras. “Querían que yo entrara a las maras”, me contó, refiriéndose a la peligrosa Mara 18. “Y como yo les dije que no, entonces me dijeron que en un mes me iba a pasar algo”.

Orbin no esperó y con un poco de dinero que le dio su tío, se vino a Estados Unidos. Además, quería reunirse con su madre, quien vive en la Florida, a quien dejó de ver hace nueve años.

La historia de María es similar. A su hija Ana de 17 años la trataron de violar miembros de la pandilla Los Chinos en Honduras. Un vecino intervino y “lo mataron”, me dijo Ana llorando.

María supo inmediatamente qué hacer. “Cuando nos dijeron que nos matarían”, me contó, “me asusté tanto y decidí irme”. Viajó con Ana y con su otra hija, Juana, de 14 años. No sabe cómo, pero lo hizo solo con 300 dólares y sin “coyote”. Las tres cruzaron el río Bravo en ropa interior y mordiendo una bolsa negra de plástico, donde guardaban sus pocas pertenencias.

Con la ayuda de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos yo también crucé el río para saber lo que pasan inmigrantes como Orbin, María, Ana y Juana. (El reportaje para la televisión está aquí http://fus.in/1pc29SN). Y por las fuertes corrientes terminé a casi 200 metros de mi punto de partida. Cruzar es muy difícil para un adulto y casi imposible para un niño.

Pero ¿qué lleva a un niño a jugarse la vida? Estos niños están huyendo de la violencia, de las pandillas y de la pobreza extrema. Nada de eso es nuevo en Centroamérica. Tampoco es nuevo que una vieja ley, del 2008, prohíbe la deportación inmediata de niños solos que vienen de El Salvador, Guatemala y Honduras. Y eso, en la práctica, significa que la política extraoficial de Estados Unidos es que no deporta a niños centroamericanos.

Entonces ¿qué es lo nuevo? Lo nuevo es que las familias centroamericanas claramente entendieron que la reforma migratoria había muerto en el congreso de Estados Unidos y que el presidente Obama, de alguna manera, estaba dispuesto a ayudarlos. Obama ya había protegido legalmente a más de medio millón de Dreamers (estudiantes indocumentados) y lo podría hacer por millones más con una acción ejecutiva.

Pero aún si eso no fuera cierto, está el factor emocional. Esto es importantísimo para entender la actual crisis de los niños en la frontera. Las familias centroamericanas llevan años separadas, con madres y padres en Estados Unidos y sus hijos encargados a tíos y abuelos en los países más pobres del hemisferio. Ante la certeza de que nada se resolvería legalmente pronto, tomaron la desesperada decisión de mandar por sus niños a pesar de los riesgos. Ya no había nada más que esperar. El“rumor” de que a los niños solos no los deportaban a Centroamérica resultó cierta –son muy pocas las deportaciones de los 24 mil niños arrestados en el 2013- y la frontera sur se llenó de menores de edad.

Nada de esto pasaría con una reforma migratoria. Estas son las consecuencias de la falta de acción de políticos que están más preocupados por la política que por el bien del país. Y esta no es la última crisis. Más inmigrantes seguirán llegando ilegalmente, niños y adultos, hasta que encontremos la manera de hacerlo ordenadamente con una nueva ley.

Mientras tanto, más niños centroamericanos como los que conocí en Laredo seguirán arriesgando sus vidas en las crueles aguas del río Bravo. El riesgo de ahogarse en la orilla no es nada comparado con lo que dejaron atrás.

Posdata: Los nombres de los inmigrantes que entrevisté no son reales. Me pidieron que los cambiara por temor a represalias de las pandillas, aún aquí en Estados Unidos.

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