Opinión: La privacidad es un lujo

¿Dormiste con tu celular anoche? Lo más seguro es que sí. Antes de decir: “Buenos días”, muchos nos metemos al teléfono. El 89 por ciento de la gente, según publicó la revista TIME, revisa sus celulares en la primera hora después de levantarse. Y durante el día nada cambia: pasamos, en promedio, cinco horas diarias usando el teléfono.

El celular nos da una falsa idea de cercanía con los que están lejos. Pero nos pasamos una buena parte del día documentando lo que hacemos para ese abstracto colectivo que llamamos “familiares, amigos, conocidos y compañeros de trabajo”. No se trata solo de ir al concierto sino de mostrar que estuvimos ahí. No basta con comer algo muy rico sino compartir la foto de los tacos y las fresas con crema. No es simplemente tener un bebé maravilloso sino permitir que otros vean cómo le metió la mano en la boca al pobre perro.

Estamos hiperconectados. Nuestra vida está, literalmente, en las manos de otros.

Y si hemos perdido privacidad es porque, voluntariamente, le hemos permitido a un ejército de desconocidos que vaya con nosotros al baño, a la cocina y a nuestros rincones favoritos. No es que nos hayan robado la privacidad; es que la hemos cedido (clickeando y posteando). Lo mío es nuestro.

Todos los días en las redes sociales entregamos parte de lo que somos. Y esa información vivirá para siempre. No hay cementerios en la internet. Los datos, las fotos y las palabras viven en una especie de limbo digital. No hay nada más inútil y contraproducente que tratar de borrar algo en la internet. El simple intento multiplicará el pecado en varias plataformas.

Hemos perdido privacidad, sobre todo, por nuestra culpa. Pero, también, por la maldita ingenuidad de creer que todos los datos que ofrecemos al comprar algo por la internet, al reservar un vuelo u hotel, al investigar en un buscador digital o al curiosear en un nuevo sitio, va a ser guardado con recelo. Falso.

La naturaleza de la internet es ser chismosa y glotona. No sabe guardar secretos y absorbe todo. El otro día, usando mi laptop, compré una rodillera para el fútbol de los sábados. Bueno, la siguiente vez que revisé mi sitio de noticias favorito tenía una banda vertical con anuncios de rodilleras y de las raquetas que no quise comprar ese día. ¿Quién le pasó mis preferencias al sitio de noticias? Yo jamás di permiso. O, quizás, sí lo hice al apretar un botón sin leer las tres páginas de letras chiquitas.

El pasado fin de semana, cada vez que buscaba en el sitio de una aerolínea el mejor vuelo para ir a Los Angeles, me dirigía a otro con montones de ofertas. Sentí como que alguien me estaba secuestrando. Digitalmente.

No soy el único ciber-secuestrado. ¿Quién le dio la autorización a la empresa Cambridge Analytica de utilizar la información personal de 87 millones de personas para influir en las pasadas elecciones presidenciales en Estados Unidos? Ya no hay elección limpia; todas trafican con fake news. Mi sospecha es que nuestros datos más íntimos viven en una nube cibernética y basta un poquito de cacería para bajarlos.

La privacidad ya no es nuestra condición natural. Ahora cuesta. Luego de comprar el nombre de un sitio en la internet me llegó un correo electrónico diciendo que si no quería que mi información fuese pública tenía que pagar casi 10 dólares al año para esconderla. Me sentí chantajeado pero lo pagué.

Las redes sociales nos ofrecieron conectarnos con el mundo y, gustosos, saltamos al hoyo. Pero nunca nos dijeron que sería prácticamente imposible desconectarnos. Por eso he creado mis 10 mandamientos de la privacidad digital:

-No escribas lo que no quieres que se sepa.

-No hagas nada confidencial frente a un celular o computadora.

-No fotografíes lo que quieres mantener oculto.

-Trata tu correo electrónico como si fuera público.

-No uses passwords con tu nombre o fecha de nacimiento.

-No compres si no quieres recibir publicidad.

-No opines si no estás seguro.

-No textées si es un secreto.

-No llames si no quieres que lo graben.

-Recuerda: todo se sabe, nada se borra.

Sí, la privacidad es un lujo. Pero no todo está perdido. Aún nos queda hablarnos al oído.

 

Posdata. Cuba era una dictadura la semana pasada. Hoy lo sigue siendo. Raúl Castro dio un dedazo a la cubana.

 

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