Opinión: Sobre el voto popular

Por Humberto CASPA (*)

Si el voto popular fuese el barómetro que dictamina al ganador de las elecciones presidenciales, Al Gore hubiese sido presidente en 2001 y Hillary Clinton estaría al mando de la Casa Blanca en enero del próximo año.

Bastante se ha hablado sobre el voto popular y las elecciones presidenciales.  Muchos han sugerido que la forma de elegir al presidente de los Estados Unidos debería ser en base a la mayoría del sufragio electoral como sucede en América Latina y en la mayoría de los países de Europa.

En este sentido, la forma cómo se selecciona al presidente y vicepresidente en Estados Unidos es anticuado y antidemocrático. Quienes determinan las elecciones no son los votantes sino los electores de cada estado.

Un estado mediano como Wisconsin o un estado pequeño como New Hampshire puede inclinar la balanza a favor del candidato menos preparado y decidir al ganador.  Estados pobladísimos como California o New York importan poco en el momento de contar los votos.

¡Qué pena! Así es como está establecido el sistema electoral y, lamentablemente, así va a quedar por el resto de nuestras vidas.  Un cambio en el sistema electoral es virtualmente imposible.

Para que pudiéramos deshacernos del Colegio Electoral, los ciudadanos estadounidenses -más bien los representantes del país- tendrían que enmendar la Constitución. Y eso es más difícil que enviar a un astronauta a Marte.

Inicialmente, el Colegio Electoral surgió justo en el momento cuando se estaba escribiendo la Constitución, después de una magra experiencia con los Artículos de la Confederación, el cual funcionó por unos ocho años y fue desechado porque no le otorgaba suficientes poderes al Estado federal.

Durante la asamblea nacional de Pennsylvania de 1787, los estados pequeños, como New Jersey, lucharon para que el Congreso tenga representatividad igualitaria. Los estados grandes, como Virginia, prefirieron la representación de acuerdo al porcentaje de la población.

Para bajar las tensiones, los representantes de Connecticut presentaron un camino medio y crearon, a través del llamado Gran Compromiso, un congreso bicameral: Cámara de Representantes y Senado. En el primero, los miembros representantes serían elegidos en base a número de habitantes de un estado y en el segundo tendrían una representación igualitaria; es decir, dos por estado.

En este mismo Gran Compromiso se decidió elegir a los líderes principales del Estado por medio del Colegio Electoral. En palabras de James Madison, para proteger a la minoría del autoritarismo de la mayoría.

Qué equivocado estaba Madison. Este sistema indirecto nos dio a George W. Bush, uno de los más ineptos presidentes del país y hoy nos ofrece otro republicano de peores características.

(*) Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com

 

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